lunes, 16 de abril de 2012

Reflexión de un hombre asustado

Vivo en la ignorancia... Vivo ciego al mundo, no, ciego a mí mismo...
Ando por la vida con los ojos cerrados. Cuando entorno mis ojos, y hago el amago de abrirlos, veo grandes cosas, hermosas cosas, cosas que inspirarían al mayor de los poetas: veo amor, veo libertad, veo paz, veo amistad, veo entrega, veo..., pero pronto, estas hermosas cosas del mundo, se ven nubladas y oscurecidas por cosas horribles, que ni el más valiente de los hombres sería capaz de hacerles frente, cosas a las que temo: veo odio, veo rencor, veo egoísmo, veo locura de poder, veo maldad en los corazones, veo..., veo cosas espantosas que me obligan a cerrar rápidamente los ojos. Son cosas que no deberían existir; sin embargo, están ahí, existen... Y existen porque somos así...
Nos empeñamos en destruir todo lo bello que hay en nuestro mundo con nuestras atrocidades y maldades. Nos obstinamos en masacrar todo lo bueno que existe en el mundo, todo por lo que muchas personas buenas han luchado, luchan y lucharán..., pero nosotros les callamos..., no les escuchamos. Queremos hacer del mundo un lugar mejor para vivir, pero así no se hace...
Hace unos cuantos años, un hombre habló de esto mismo, lo defendió hasta el extremo..., el Amor..., amó hasta el extremo... Pero lo mataron..., y con la peor de las muertes: una muerte que un ladrón o un asesino ni siquiera se merecería. Y, ¿por qué?
Porque no nos gusta que las cosas cambien...
Porque no nos gusta que alguien destaque...
Porque no nos gusta que nos critiquen...
Ese hombre se llamaba Jesús. Un hombre que amó hasta el extremo, hasta dar su vida por aquello en lo que creía: el Amor. Y todo por mostrarnos lo que es el Amor, por enseñarnos a Amar.
Yo vivo con los ojos cerrados, y como yo muchos más.... He intentado abrirlos en incontables ocasiones..., una vez hasta llegué a Amar de verdad. Pero tengo miedo..., miedo del mundo..., miedo del ser humano..., miedo a mí mismo...

(esta es mi reflexión de un sábado santo)

martes, 10 de abril de 2012

"Si no hablas, llenaré mi corazón de tu silencio..."

"Si no hablas, llenaré mi corazón de tu silencio,
y lo tendré conmigo.
Y esperaré, quieto, como la noche en su desvelo estrellado,
hundida pacientemente mi cabeza.
Vendrá sin duda la mañana.
Se desvanecerá la sombra, y tu voz se derramará
por todo el cielo, en arroyos de oro.
Y tus palabras volarán, cantando, de cada uno 
de mis nidos de pájaros, 
y tus melodías estallarán en flores,
por todas mis profusas enramadas."

  R. Tagore                 

martes, 3 de abril de 2012

Os gustará, seguro

Hace mucho que no publico ninguna entrada, casi cuatro meses creo, así que me he dicho: "hoy tienes que publicar". Y aquí está, son un par de cuentecillos de Anthony de Melo que he encontrado por ahí:


“Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para salir a buscarlo”.
“Permiso denegado”, replicó el oficial. “No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”.
El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba furioso: “¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?”.
Y el soldado, moribundo, respondió: “¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: "Jack... estaba seguro de que vendrías"“.

Y el otro:

Una niña estaba muriendo de una enfermedad de la que su hermano, de dieciocho años, había logrado recuperarse tiempo atrás.
El médico dijo al muchacho: “Sólo una transfusión de tu sangre puede salvar la vida de tu hermana. ¿Estás dispuesto a dársela?”.
Porque los hermanos mayores siempre intentaran algo
para hacerte sonreír...
Los ojos del muchacho reflejaron verdadero pavor. Dudó por unos instantes, y finalmente dijo: “De acuerdo, doctor, lo haré”.
Una hora después de realizada la transfusión, el muchacho preguntó indeciso: “Dígame, doctor, ¿cuándo voy a morir?”. Sólo entonces comprendió el doctor el momentáneo pavor que había detectado en los ojos del muchacho: creía que, al dar su sangre, iba también a dar la vida por su hermana.