“Permiso denegado”, replicó el oficial. “No quiero que
arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”.
El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y
una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su
amigo.
El oficial estaba furioso: “¡Ya le dije yo que había muerto!
¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer
un cadáver?”.
Y el soldado, moribundo, respondió: “¡Claro que sí, señor!
Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: "Jack... estaba
seguro de que vendrías"“.
Y el otro:
Una niña estaba muriendo de una enfermedad de la que su
hermano, de dieciocho años, había logrado recuperarse tiempo atrás.
El médico dijo al muchacho: “Sólo una transfusión de tu
sangre puede salvar la vida de tu hermana. ¿Estás dispuesto a dársela?”.
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Porque los hermanos mayores siempre intentaran algo para hacerte sonreír... |
Los ojos del muchacho reflejaron verdadero pavor. Dudó por
unos instantes, y finalmente dijo: “De acuerdo, doctor, lo haré”.
Una hora después de realizada la transfusión, el muchacho
preguntó indeciso: “Dígame, doctor, ¿cuándo voy a morir?”. Sólo entonces
comprendió el doctor el momentáneo pavor que había detectado en los ojos del
muchacho: creía que, al dar su sangre, iba también a dar la vida por su
hermana.
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